Después de 52 años de un alejamiento comercial entre Cuba y
Estados Unidos sin precedentes en el mundo moderno, en las comunidades
política, académica y de negocios de ambas naciones se vuelven
recurrentes al menos dos preguntas de gran relevancia. La primera,
¿cuándo terminará este hecho insólito? Ahí se pueden encontrar augurios
de todo tipo, pero desde que Barack Obama asumió la presidencia en 2009,
se han avivado las esperanzas de que el bloqueo tenga los días
contados. El tema tiene muchas aristas, pero no es el asunto central de
este trabajo.
En su lugar, se trata de explorar la segunda interrogante, igualmente de gran calado, ¿cuáles serían los efectos de este hecho en la economía cubana? El impacto de este acontecimiento se extiende en varias direcciones, por lo que se abordarán con particular atención solo una de ellas: el comercio. A fin de cuentas Cuba, pequeña economía insular en desarrollo, es y será siempre muy dependiente del intercambio externo para su desarrollo económico, por lo que es una variable de gran relevancia para las perspectivas futuras del país.
Para analizar este aspecto es necesario tener en cuenta varias premisas que permiten dibujar el contexto en el que se verificarán los distintos efectos. En primer lugar, vale la pena hacer un poco de historia. Es bien conocido que ya desde la segunda mitad del siglo XIX, Estados Unidos, por entonces una potencia industrial emergente, se convirtió en la metrópoli económica de Cuba. Esta relación se hizo mucho más sólida a partir de la intervención norteamericana en 1898, y se construyó una amplia base legal desde la fundación de la República, que afianzó esos lazos y los extendió a los ámbitos políticos, militar, y cultural. Es decir, la brusca ruptura después de 1959 en muy pocos años elimina una relación estrecha de más de un siglo, si bien era asimétrica y encajaba perfectamente en el esquema de relaciones desiguales entre países ricos y pobres.
Se trata de dos Estados que compartían una profunda relación comercial que se interrumpió bruscamente. Por ello se puede esperar que si las condiciones políticas mejoran, asumiendo que esta es la causa fundamental para la ausencia de relaciones, el comercio se reanudará con gran ímpetu.
No obstante, existen al menos tres razones más para esperar un escenario como ese. Entre Cuba y Estados Unidos se verifican tres de los argumentos más poderosos para explicar un comercio intenso entre dos países. Primeramente, la asimetría en el tamaño económico relativo de ambos socios. En 2013, según cifras de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), la economía norteamericana era 230 veces más grande que la cubana, lo que representa una clara oportunidad para desatar flujos en ambas direcciones.
En segundo lugar, ambos se encuentran geográficamente muy cercanos, son vecinos que comparten una amplia frontera marítima, la vía por la que transcurre la parte principal del comercio mundial, además de contar con obvias ventajas para desarrollar el transporte aéreo. Un tercer elemento tiene que ver con el nivel de desarrollo. El vecino del norte es el eje principal del capitalismo internacional, la mayor economía del mundo y el mayor importador. A esto se suma que es un líder tecnológico y de producción de conocimientos a escala global. Cuba sigue siendo una nación del Tercer Mundo, con grandes desafíos en el ámbito económico, que empieza a dar los primeros pasos para incorporarse plenamente en el sistema económico internacional.
Todo esto, tomado en su conjunto, apoya la tesis de que en un escenario diferente al actual, las relaciones comerciales se desarrollarían aceleradamente.
Sin embargo, habría que apuntar que esto no es una singularidad del caso cubano. Por las mismas razones que se acaba de señalar, Estados Unidos es el principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo y, ciertamente, de la inmensa mayoría de los países latinoamericanos, incluyendo, por supuesto, a aquellos que son sus vecinos más cercanos. Piénsese en Canadá, México, Centroamérica y el Caribe. Para todos ellos EEUU es el principal destino de las exportaciones y el origen de una mayoría de sus compras externas. Cabría esperar que eso mismo ocurra en el caso de Cuba.
Con perfiles de desarrollo tan diferentes, siempre se espera que Cuba encuentre en Estados Unidos una gran parte de lo que necesita para adelantar su desarrollo; por ejemplo, bienes de capital, es decir, maquinarias, medios de transporte, y materias primas especializadas, por ejemplo, para nuestra industria biotecnológica. En otras palabras, ambos países cumplen las condiciones para ser socios comerciales naturales.
Por si no bastase lo anterior, existe otra razón importante que contribuye a crear condiciones favorables. En los últimos 40 años, el comercio mundial ha aumentado más rápidamente que en ninguna época anterior de la historia de la humanidad. El comercio de bienes y servicios ha crecido más rápidamente que la producción desde la década de los sesenta, y equivale actualmente a más del 30 por ciento del PIB mundial. A esto se suma que en ese país radica la mayor comunidad cubana residente fuera de la Isla, que ha acumulado intereses de negocios sustanciales a la que vez que adquirido una formación notable en actividades vinculadas a las transacciones internacionales. Se conoce que existen intereses en esa comunidad para restablecer los vínculos con su país de origen, una vez se creen las condiciones para ello.
Los impactos sobre la economía cubana serían variados, y resaltan algunos aspectos no tan positivos. Dada la asimetría existente es fácil imaginarse la posibilidad de que Cuba desvié una proporción notable de su comercio hacia ese país, dando origen a grandes desbalances comerciales. La razón radica en la diversidad, sofisticación y tamaño del sector productivo norteamericano, operando cerca de la frontera tecnológica, frente a unas empresas y sectores en Cuba alejados en muchos casos de las mejores prácticas internacionales y con un surtido mucho más reducido. Esto representaría un obstáculo para penetrar rápidamente el mercado norteamericano. Y el arribo súbito de importaciones podría socavar la viabilidad de muchas ramas de la economía cubana.
Asumiendo que se ha atravesado ya por el proceso de armonización de normas técnicas, los exportadores cubanos tendrían que competir frente a productores del área latinoamericana, que tienen más conocimiento de ese mercado y que cuentan con acceso preferencial a través de la red de acuerdos comerciales preferenciales que enlazan a muchos de los Estados de la región con EEUU.
Esto llamaría a acelerar el aprendizaje en las organizaciones cubanas con vistas a acceder en mejores condiciones a ese mercado. No obstante, se puede pensar que en determinados renglones agrícolas, de la minería y la industria farmacéutica y biotecnológica existirían posibilidades reales de lograr un posicionamiento aceptable.
En el caso del turismo, la mayoría de las estimaciones coinciden en destacar un aumento fuerte de los visitantes una vez eliminadas las restricciones, siempre en medio de una fuerte competencia por parte de otros destinos de la cuenca del Caribe. El efecto “descubrimiento” podría ser importante en las primeras etapas pero debe acompañarse de mejoras en infraestructura y calidad del servicio para hacerlo sostenible.
Lo mismo podría decirse del turismo de salud. Existe un mercado importante en ese país que ya se satisface parcialmente con la oferta de otras naciones latinoamericanas. Suponiendo que se logren establecer las normas correspondientes y los enlaces financieros necesarios, Cuba pudiera convertirse en un proveedor efectivo de esos servicios. Sin embargo, todas estas posibilidades del lado de las exportaciones cubanas necesitarían cierto tiempo para materializarse; mientras que el aumento de las compras puede ocurrir mucho más rápido, desplazando parcial o totalmente a productores nacionales. Estos son grandes desafíos que enfrentará la nación.
La mayoría de los analistas considera que la relación costo-beneficio hay que entenderla a lo largo del tiempo. En el corto plazo, existe la posibilidad real de que los costos en términos de déficits comerciales y dependencia puedan sobrepasar a los beneficios. Esto es así porque estos requieren un tiempo de maduración y aprendizaje. Por ello, resulta clave que se pongan en práctica políticas activas de parte del gobierno para suavizar la transición hacia la nueva “normalidad”. Es decir, por una parte, minimizar y repartir los costos a lo largo del tiempo mientras se apoya al sector productivo doméstico para que se hagan tangibles los beneficios.
Aunque el análisis se limita al ámbito comercial, se entiende que este sería solo una parte de la “normalización” de relaciones entre los dos países. Los avances, al cabo de 52 años de distancia, quedan supeditados al progreso en otras áreas.
Fuente: OnCubaMagazine
En su lugar, se trata de explorar la segunda interrogante, igualmente de gran calado, ¿cuáles serían los efectos de este hecho en la economía cubana? El impacto de este acontecimiento se extiende en varias direcciones, por lo que se abordarán con particular atención solo una de ellas: el comercio. A fin de cuentas Cuba, pequeña economía insular en desarrollo, es y será siempre muy dependiente del intercambio externo para su desarrollo económico, por lo que es una variable de gran relevancia para las perspectivas futuras del país.
Para analizar este aspecto es necesario tener en cuenta varias premisas que permiten dibujar el contexto en el que se verificarán los distintos efectos. En primer lugar, vale la pena hacer un poco de historia. Es bien conocido que ya desde la segunda mitad del siglo XIX, Estados Unidos, por entonces una potencia industrial emergente, se convirtió en la metrópoli económica de Cuba. Esta relación se hizo mucho más sólida a partir de la intervención norteamericana en 1898, y se construyó una amplia base legal desde la fundación de la República, que afianzó esos lazos y los extendió a los ámbitos políticos, militar, y cultural. Es decir, la brusca ruptura después de 1959 en muy pocos años elimina una relación estrecha de más de un siglo, si bien era asimétrica y encajaba perfectamente en el esquema de relaciones desiguales entre países ricos y pobres.
Se trata de dos Estados que compartían una profunda relación comercial que se interrumpió bruscamente. Por ello se puede esperar que si las condiciones políticas mejoran, asumiendo que esta es la causa fundamental para la ausencia de relaciones, el comercio se reanudará con gran ímpetu.
No obstante, existen al menos tres razones más para esperar un escenario como ese. Entre Cuba y Estados Unidos se verifican tres de los argumentos más poderosos para explicar un comercio intenso entre dos países. Primeramente, la asimetría en el tamaño económico relativo de ambos socios. En 2013, según cifras de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), la economía norteamericana era 230 veces más grande que la cubana, lo que representa una clara oportunidad para desatar flujos en ambas direcciones.
En segundo lugar, ambos se encuentran geográficamente muy cercanos, son vecinos que comparten una amplia frontera marítima, la vía por la que transcurre la parte principal del comercio mundial, además de contar con obvias ventajas para desarrollar el transporte aéreo. Un tercer elemento tiene que ver con el nivel de desarrollo. El vecino del norte es el eje principal del capitalismo internacional, la mayor economía del mundo y el mayor importador. A esto se suma que es un líder tecnológico y de producción de conocimientos a escala global. Cuba sigue siendo una nación del Tercer Mundo, con grandes desafíos en el ámbito económico, que empieza a dar los primeros pasos para incorporarse plenamente en el sistema económico internacional.
Todo esto, tomado en su conjunto, apoya la tesis de que en un escenario diferente al actual, las relaciones comerciales se desarrollarían aceleradamente.
Sin embargo, habría que apuntar que esto no es una singularidad del caso cubano. Por las mismas razones que se acaba de señalar, Estados Unidos es el principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo y, ciertamente, de la inmensa mayoría de los países latinoamericanos, incluyendo, por supuesto, a aquellos que son sus vecinos más cercanos. Piénsese en Canadá, México, Centroamérica y el Caribe. Para todos ellos EEUU es el principal destino de las exportaciones y el origen de una mayoría de sus compras externas. Cabría esperar que eso mismo ocurra en el caso de Cuba.
Con perfiles de desarrollo tan diferentes, siempre se espera que Cuba encuentre en Estados Unidos una gran parte de lo que necesita para adelantar su desarrollo; por ejemplo, bienes de capital, es decir, maquinarias, medios de transporte, y materias primas especializadas, por ejemplo, para nuestra industria biotecnológica. En otras palabras, ambos países cumplen las condiciones para ser socios comerciales naturales.
Por si no bastase lo anterior, existe otra razón importante que contribuye a crear condiciones favorables. En los últimos 40 años, el comercio mundial ha aumentado más rápidamente que en ninguna época anterior de la historia de la humanidad. El comercio de bienes y servicios ha crecido más rápidamente que la producción desde la década de los sesenta, y equivale actualmente a más del 30 por ciento del PIB mundial. A esto se suma que en ese país radica la mayor comunidad cubana residente fuera de la Isla, que ha acumulado intereses de negocios sustanciales a la que vez que adquirido una formación notable en actividades vinculadas a las transacciones internacionales. Se conoce que existen intereses en esa comunidad para restablecer los vínculos con su país de origen, una vez se creen las condiciones para ello.
Los impactos sobre la economía cubana serían variados, y resaltan algunos aspectos no tan positivos. Dada la asimetría existente es fácil imaginarse la posibilidad de que Cuba desvié una proporción notable de su comercio hacia ese país, dando origen a grandes desbalances comerciales. La razón radica en la diversidad, sofisticación y tamaño del sector productivo norteamericano, operando cerca de la frontera tecnológica, frente a unas empresas y sectores en Cuba alejados en muchos casos de las mejores prácticas internacionales y con un surtido mucho más reducido. Esto representaría un obstáculo para penetrar rápidamente el mercado norteamericano. Y el arribo súbito de importaciones podría socavar la viabilidad de muchas ramas de la economía cubana.
Asumiendo que se ha atravesado ya por el proceso de armonización de normas técnicas, los exportadores cubanos tendrían que competir frente a productores del área latinoamericana, que tienen más conocimiento de ese mercado y que cuentan con acceso preferencial a través de la red de acuerdos comerciales preferenciales que enlazan a muchos de los Estados de la región con EEUU.
Esto llamaría a acelerar el aprendizaje en las organizaciones cubanas con vistas a acceder en mejores condiciones a ese mercado. No obstante, se puede pensar que en determinados renglones agrícolas, de la minería y la industria farmacéutica y biotecnológica existirían posibilidades reales de lograr un posicionamiento aceptable.
En el caso del turismo, la mayoría de las estimaciones coinciden en destacar un aumento fuerte de los visitantes una vez eliminadas las restricciones, siempre en medio de una fuerte competencia por parte de otros destinos de la cuenca del Caribe. El efecto “descubrimiento” podría ser importante en las primeras etapas pero debe acompañarse de mejoras en infraestructura y calidad del servicio para hacerlo sostenible.
Lo mismo podría decirse del turismo de salud. Existe un mercado importante en ese país que ya se satisface parcialmente con la oferta de otras naciones latinoamericanas. Suponiendo que se logren establecer las normas correspondientes y los enlaces financieros necesarios, Cuba pudiera convertirse en un proveedor efectivo de esos servicios. Sin embargo, todas estas posibilidades del lado de las exportaciones cubanas necesitarían cierto tiempo para materializarse; mientras que el aumento de las compras puede ocurrir mucho más rápido, desplazando parcial o totalmente a productores nacionales. Estos son grandes desafíos que enfrentará la nación.
La mayoría de los analistas considera que la relación costo-beneficio hay que entenderla a lo largo del tiempo. En el corto plazo, existe la posibilidad real de que los costos en términos de déficits comerciales y dependencia puedan sobrepasar a los beneficios. Esto es así porque estos requieren un tiempo de maduración y aprendizaje. Por ello, resulta clave que se pongan en práctica políticas activas de parte del gobierno para suavizar la transición hacia la nueva “normalidad”. Es decir, por una parte, minimizar y repartir los costos a lo largo del tiempo mientras se apoya al sector productivo doméstico para que se hagan tangibles los beneficios.
Aunque el análisis se limita al ámbito comercial, se entiende que este sería solo una parte de la “normalización” de relaciones entre los dos países. Los avances, al cabo de 52 años de distancia, quedan supeditados al progreso en otras áreas.
Fuente: OnCubaMagazine