LA HABANA, Cuba.- Las filas de niños y niñas uniformados, entrando o saliendo de las escuelas, son de las imágenes que los medios de prensa oficiales cubanos gustan de exhibir al mundo, cada vez que se inicia un nuevo curso escolar.
Las escenas, repetidas año tras año, siempre vienen acompañadas de “intervenciones” de funcionarios del Ministerio de Educación que, con algunos malabares de cifras, intentan demostrar la “gratuidad” del sistema educativo de la isla, a la vez que ocultan los grandes sacrificios económicos a que deben someterse las familias para lograr que sus hijos puedan terminar cada curso.
Junto a elevadísimos gastos en repasos con profesores particulares, debido a la mala calidad de la enseñanza pública, en alimentación, en transporte, en materiales escolares y hasta en regalos frecuentes a los maestros y funcionarios corruptos para que los alumnos no sean reprobados (soborno que se ha institucionalizado en casi todas las escuelas, incluidas universidades), está uno de los problemas más agobiantes que deben enfrentar los padres: adquirir los uniformes que el gobierno obliga a usar a los estudiantes, a pesar de que ya no es capaz de garantizar ni la cantidad ni la calidad de las prendas que han de venderse en la diezmada red de comercio estatal.
Una empleada de la tienda de Mantilla, en el municipio Arroyo Naranjo, comenta:
-Hay madres que madrugan para poder alcanzar algo que sirva. Sobre todo en julio y agosto. Se dan turnos, traen a los niños y hacen la cola horas y horas, a veces para irse con las manos vacías. […] Por aquí, ésta es la única tienda y viene gente de todos lados, porque después del 31 de agosto ya pueden comprar el uniforme donde quieran, con el bono de la escuela, antes no. Pero eso es porque ya no quedan tallas normales, solo estas cosas inmensas-, dice mientras nos enseña una blusa enorme que jamás le serviría a una niña de secundaria.
Durante los meses de receso escolar, incluso ya comenzado el curso académico, las pocas tiendas de uniformes que existen se abarrotan de personas desesperadas por encontrar pantalones, sayas, blusas y camisas que necesitan para los hijos. Aunque en los anaqueles se acumulan las prendas y pudiera parecer que la oferta supera la demanda, lo cierto es que gran parte de la producción viene con defectos de confección casi insolubles o, simplemente, escasean las tallas más solicitadas. Quienes adquieren el producto deben emprender un nuevo camino tortuoso a la hora de encontrar un sastre o una costurera que cobrará un alto precio por adaptar la ropa.
Las sastrerías del Estado, según nos informa una funcionaria que ha pedido no ser identificada, no son capaces de enfrentar la situación, al no contar con personal suficiente ni con recursos adecuados. El taller de confecciones de Centro Habana, en la calle Galiano, por ejemplo, se demora unos 60 días en terminar los arreglos y cobra casi tres dólares por hacer un simple dobladillo a un pantalón, que es más de lo que recibe en Cuba un trabajador por tres jornadas de trabajo. En consecuencia, pocos acuden a esta opción y prefieren peregrinar de tienda en tienda hasta que aparezca la talla adecuada o, en algunos casos, adquieren uniformes de uso o recurren al auxilio de algún familiar o amigo que viva en el extranjero.
Odalys Peña es de las pocas madres que ha podido dejar de “perseguir” los uniformes por toda la ciudad. El hermano, que vive en los Estados Unidos, la ayuda con los uniformes para el hijo que está finalizando la secundaria pero, antes de eso, durante varios años, Odalys durmió en el portal de la tienda para poder conseguir un uniforme.
-¿Tú puedes creer que mi hermano, desde allá, tenga que comprarme los uniformes? A veces me ha mandado la telita de algodón o las camisas, mejor que la que usan aquí de poliéster maluco, que en verano te cocina vivo, y hasta la tela del pantalón y los zapatos. A veces me ha mandado el dinero y entonces yo compro en Revolico (una web de clasificados de compra y venta a la que muy pocos cubanos tienen acceso directo), porque hay gente que los trae o se los roba de los almacenes, qué sé yo…Pero siempre los consigo en Revolico, y mejor que los de la tienda, que no sé cuántas veces me salieron con la tela podrida. Ya debieran quitar eso del uniforme. […] Es tener a la gente todo el día atolondrada de un lado para otro-, comenta Odalys.
Eduardo Noda, profesor de preuniversitario en el municipio Arroyo Naranjo, da cuenta de la situación en ese nivel de enseñanza:
-Es que están en la edad del estirón y no les alcanza con el único uniforme que les dan. Empiezan el curso bien pero ya a mediados la ropa no les sirve, se les deteriora, se ven horribles. Los que pueden, compran otro pero los hay que tienen que tirar con ese hasta el final. Lo mismo sucede con los zapatos y la ropa para la Educación Física. Hay alumnos que hacen deporte con el uniforme porque no tienen otra ropa-, dice.
Una maestra de una primaria del Reparto Eléctrico, que ha pedido no ser identificada por temor a las represalias, reconoce que hay padres que adquieren los uniformes en el extranjero:
-Sin ir muy lejos, sé que aquí mismo hay algunos padres a los que les mandan los uniformes de Miami y eso debe ser cierto porque los hay que tienen camisas y pantalones que son de otra tela. Eso tiene que venir de afuera. […] Lo que nos faltaba, que desde allá manden el uniforme. Bueno, es que lo mandan todo, la comida, las medicinas y hasta los zapatos. Aquí el que no tenga un familiar afuera está embarcado.
Fuente: Cuba Net