La “carne rusa” formó parte de la dieta de millones de cubanos durante las décadas en que la isla y el gigante socialista, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), tuvieron una estrecha alianza. Algunos la recuerdan con pavor, por ser la comida que se repetía en becas, escuelas al campo, zafras y movilizaciones de todo tipo.
En Biscayne Boulevard y la calle 79, en el noreste de Miami, un mercado de productos rusos y europeos vende latas de carne de cerdo y de res a los cubanos que no han podido olvidar su sabor.
“Hubo una época en que llegó a ser un lujo. En los 90 ya no había ni carne, ni rusos”, recuerda Pedro Valdés, un cubano de 53 años que llegó a Estados Unidos en el 2001 y quien, un día, buscando imágenes de las antiguas latas de “carne rusa” que llegaban a la isla, descubrió que podía comprarlas en Marky’s, la tienda en Biscayne Boulevard.
Valdés llegó incluso a mandar una lata a su hermano en Cuba, quien paseó el producto como un trofeo en su barrio de Jaimanitas, en la capital.
Pero estos productos no son baratos. En Miami, una lata de carne rusa cuesta $10. Según el presidente de Marky’s Gruop, Christopher Hlubb, la carne enlatada es uno de los productos más vendidos de la tienda.
Aracelis Marcos llegó a Estados Unidos hace 13 años y desde que encontró este mercado, va una vez al mes a comprar “carne rusa”.
“Quizá porque la comía tanto en Cuba, me gusta y me da nostalgia. Descubrí este lugar hace como siete años y vengo a comprar carne, también el perfume Moscú Rojo, y el bálsamo de Shostakovsky”, un ungüento con efectos antiinflamatorios y bactericidas que se usó mucho en Cuba para el tratamiento de las úlceras.
Cubanos que estudiaron y trabajaron en la antigua Unión Soviética son también asiduos clientes de la tienda. Armando Portela comenzó a viajar a Moscú en los años 80. Geógrafo de profesión, primero trabajó en un proyecto relacionado con una compañía satelital soviética y, luego, para confeccionar el “Atlas de Cuba”, uno de sus mayores orgullos. En el proceso, también se casó con una mujer rusa y terminó su doctorado.
“En 1991 fui de nuevo (a la Unión Soviética) y no regresé nunca. Fui con el ánimo de volver pero me cogió el día en que [Mijail] Gorbachov anunció que desaparecía la URSS. Salí para la calle corriendo para conversar con la gente pero no parecía importarles lo que estaba pasando. Una vendedora de periódicos me dijo que lo que le importaba era cómo conseguir comida”, rememora Portela, quien actualmente trabaja como editor en el Nuevo Herald.
Precisamente los hábitos alimenticios adquiridos en ese país, lo hacen frecuentar varias tiendas rusas que existen en la ciudad. En Miami, donde la comunidad de exiliados ha preservado la memoria y la cultura de la Cuba prerevolucionaria, los cubanos que compran productos como la “carne rusa”, son muchas veces incomprendidos, cuando no abiertamente criticados.
“Es que así fue como nos criamos. Todos los artículos eran soviéticos, no tiene nada que ver la cultura culinaria o con la política”, opina Marcos.
Valdés, por su parte, asegura que esto “está más allá de la política, uno lo que hace es recordar su juventud y pasarla bien. ¿Qué tiene que ver con la política comerme una lata de carne rusa y tomar vodka?”.
Jacqueline Loss, profesora de Español de la Universidad de Connecticut, autora de Dreaming in Russian: The Cuban Soviet Imaginary, y editora deCaviar with Rum, Cuba-USSR and the Post-Soviet Experience, explica que “la emigración a Miami no paró al comienzo de los 60. Los cubanos de diferentes generaciones son capaces de establecer lazos con sus vidas transnacionales de maneras diferentes”.
“No creo que debamos juzgar a los que lo hacen a través de una lata de carne rusa, aún si les resulte vulgar, cheo o poco fino o cubano a otros. Los que se fueron antes de la sovietización del país no tienen por qué entender lo que era criarse con el prisma soviético”, apunta.
En blogs y páginas de internet donde se discute el tema, algunos comentaristas ven en esto como un intento de “sovietización” de Estados Unidos. Las raíces de este fenómeno, no obstante, tienen más que ver con hondos procesos culturales que con una conspiración política.
“Ostalgia” a la cubana
Ostalgia, una palabra acuñada en Alemania para designar la nostalgia por los productos y el modo de vida en la antigua Alemania Oriental, se ha extendido por los países que integraron lo que una vez fue el llamado “bloque socialista”, incluida Cuba y también su diáspora.
Pero este sentimiento no tiene que ver con un deseo de volver al pasado socialista. De acuerdo con la cadena de radiodifusión internacional alemana, Deutsche Welle, solo el 10 por ciento de los 15 millones que viven en el antiguo territorio de la Alemania Oriental, quieren de vuelta el sistema comunista, según indican varias encuestas.
“La ostalgia se refiere precisamente a la nostalgia hacia un mundo que ha desaparecido”, explica Loss.
“En el caso cubano hay particularidades muy distintas: aunque hayan ocurrido ciertos cambios en el sistema dentro de Cuba y en la política en la época posterior a la Guerra Fría, no se derrumbó exactamente ningún muro. Miami y la Habana siguen representando polos distintos, aunque coinciden en muchas cosas, entre ellas la nostalgia por productos rusos. Pero ya sea en Cuba o en la diáspora, la sensación de ‘ostalgia’ a nivel sentimental puede hacer a uno viajar a las memorias de la juventud”.
La ‘ostalgia’, entonces, no es una añoranza cualquiera. Es una nostalgia por un pasado idealizado, que ahora se percibe más simple que el capitalismo y sus retos. Es el deseo de recuperar los olores, sabores y objetos de una vida cotidiana que dejó de existir. Es, sobre todo, un modo de recordar un pasado que caló hondo en la identidad de muchas personas y forma parte de sus recuerdos y emociones, en muchos casos, desde la niñez.
La generación de “los muñequitos rusos”
En Cuba a los dibujos animados se les conoce como “muñequitos”. Durante décadas en las que hubo apenas dos canales de televisión, los niños cubanos religiosamente veían “la tanda infantil” cada tarde. La mayoría de los animados provenían de los países socialistas. Aunque algunos eran francamente tediosos, otros traían personajes e historias que se grabaron en la memoria de toda una generación.
Aurora Jácome emigró a España con 15 años y luego se hizo arquitecta. En el 2005, creó el blog titulado Muñequitos Rusos “por el deseo de recuperar la memoria de mi infancia”, explica a el Nuevo Herald.
Un comentarista identificado como Ángel la felicita por crear el blog, el cual “puede llegar a ser algo muy grande que reúna a toda una generación que por causas ajenas a nuestra voluntad se encuentra dispersa por todo el mundo”.
Precisamente, ese el mérito que Jácome destaca: “creo que el mayor logro fue crear un lugar de encuentro, en el que —aunque a veces con un gran esfuerzo de moderación— no se hablaba de política, sino que se centraba en recuperar, compartir y disfrutar del imaginario común de la infancia de todos los cubanos de mi generación”.
María Antonia Cabrera Arús, estudiante de doctorado en Sociología en la New School en Nueva York y autora del blog Cuba Material, añade que la ‘ostalgia’ en Cuba tendría que ver también con el empeoramiento de las condiciones de vida tras la desaparición de la URSS, cuando Cuba perdió el 80 por ciento de su comercio y el Producto Interno Bruto experimentó una caída del 35 por ciento.
Aunque las latas de “carne rusa” formaban parte de una economía de la supervivencia, casi una economía de guerra, “lo que vino después en términos materiales fue mucho peor, más precario y caracterizado por la escasez. A la nostalgia por la infancia se sumó la nostalgia por esas cosas que no existieron más”, explica Cabrera Arús.
Loss menciona que muchos de los miembros de la generación de los muñequitos rusos que entrevistó para sus libros, recordaban los años 80 como un período en que “aunque no tenían productos que serían clasificados como lujosos en Occidente, sí podían consumir, [en contraste con el Período Especial] cuando solo podían mirar las vidrieras en las tiendas frecuentadas por los turistas.”
Otro elemento importante en la ‘ostalgia’ es el deseo de reafirmación de la identidad.
“La ‘ostalgia’ empezó también en Alemania Oriental como una solución psicológica al orgullo herido. Tras la reunificación, los alemanes de la parte oriental se convirtieron en los hermanos pobres, los que no sabían vestirse bien… Algunos autores explican entonces ese sentimiento como un mecanismo de respuesta a esto. Era una reafirmación personal y un problema de autoestima. Esos procesos pudieran estarse dando entre los cubanos de la isla y los del exilio”, señala Cabrera Arús.
Algunos autores advierten sobre los peligros de llevar la ‘ostalgia’ a extremos que nieguen la historia. Muchas personas no recuerdan los elementos del período soviético de un modo “romántico”. Durante esa etapa siempre hubo resistencia en Cuba a la cultura material rusa y sus objetos catalogados como “feos” y con un diseño o calidad pobre.
Según Loss, “esta resistencia a integrar otra etnia/raza y, especialmente, una que solamente se vinculó al país estrechamente por tres décadas y que para algunos constituyó una relación colonial con él, no se limita a cubanos que viven en Miami sino que es una resistencia que también se encuentra en la isla”.
La venta del pasado
Pero en buena medida, la ‘ostalgia’ es también una operación comercial.
En Cuba, el joven diseñador Darwin Fornés logró que el taller de serigrafía René Portocarrero llevara a cabo su proyecto “Chamakovish” (de “chamaco” y “kovish”, el patronímico ruso) para la feria comercial Arte en la Rampa en el 2013. El diseñador imprimió camisetas y bolsas de tela con imágenes de muñequitos rusos y de otros países como Polonia o la antigua Checoslovaquia —por ejemplo, El lobo y la Liebre, Bolek y Lolek y Cheburashka— que se veían en la televisión cubana en las décadas de los 70 y los 80.
El precio de las bolsas era 4 CUC, equivalentes a $4.20.
En la Plaza de Armas de La Habana Vieja, junto a libros antiguos se venden medallas, monedas y todo tipo de objetos de la época soviética, de modo similar a lo que ha venido sucediendo en Rusia y los países de Europa del Este, donde el coleccionismo de estos objetos ha ido en aumento.
“Estos objetos que se están coleccionado, estuvieron en el pasado investidos de mucha carga política. Uno vivió con una cultura material politizada porque eran ejemplos de la amistad cubano-soviética, del futuro luminoso que nos esperaba y del cual el consumo era un componente importante de ese futuro”, subraya Cabrera Arús.
Con los cambios sociales y políticos que sobrevinieron con el colapso del socialismo en Europa, muchos de estos objetos “quedaron olvidados o dejaron de producirse por no tener valor comercial, objetos difíciles de recuperar que se convirtieron inevitablemente en objetos de deseo”, señala Jácome.
Esta historia se escribió con la colaboración de Univisión 23 y el reportero Mario Vallejo.
Fuente: El Nuevo herald