¿Por qué Obama busca relaciones diplomáticas con Cuba?

ManosObCaHace unos días comenté en torno a un acucioso análisis de mi amigo Haroldo Dilla sobre la posible reanudación de relaciones entre Washington y La Habana. En esa anotación decía que al formidable ensayo de Dilla le falta en mi opinión solo un elemento: ¿Por qué Obama le ofrece a Raúl Castro en este momento el restablecimiento de relaciones diplomáticas?

El presidente estadounidense es un hombre de visión y sensibilidad políticas, y al igual que Carter y Clinton en su momento, se dio cuenta que la situación de aislamiento en la arena internacional, sobre todo en relación con América Latina, era ya insostenible para Washington. Incluso la otrora dócil OEA ya no podía convocar a ninguna reunión hemisférica sin que estuviera presente el gobierno de La Habana. Y la próxima tocaba en Panamá. Eso sin olvidar las humillantes votaciones contra el embargo en Naciones Unidas.
De espías y aliados
Fui testigo de cómo la inteligencia cubana infiltró a un colombiano en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), algo que estuvo en boga durante más de 50 años en los organismos internacionales e incluso en los propios Estados Unidos, como fue el sonado caso de la superespía del Pentágono, Ana Belén Montes.
Visto desde el ángulo de los intereses de Estados Unidos, la movida se explica perfectamente, al margen de la situación cubana. Esa campaña global de la inteligencia y la diplomacia cubanas sirvió para poner a Washington contra la pared en la arena internacional, empezando por la manera en que Fidel Castro supo acercarse y convertir en aliado a Hugo Chávez, dándole tribuna en el Aula Magna de la Universidad de La Habana para hablar de revolución y sueños de hermandad bolivariana desde el temprano diciembre de 1994.
Y aunque Obama apenas se había ocupado de América Latina, no tardó en darse cuenta de que algo había que hacer para resolver tan peligrosa situación en momentos en que la ofensiva china se intensificaba cada día sobre el continente. Aun así, tuvo que moverse en secreto, pues los enemigos del proyecto eran muchos y peligrosos. De las negociaciones no se enteró ni el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, el ahora vilipendiado senador Bob Menéndez, ahondando las viejas diferencias entre ambos.
Tras varios meses de negociaciones se llegó a la VII Cumbre de las Américas en Panamá, donde ocurrieron varios sucesos inéditos. En primer lugar, la entrevista pública y cara a cara de Barack Obama con Raúl Castro. Pero lo más llamativo fue el intento de los agentes enviados desde La Habana por reventar el llamado “foro de la sociedad civil”, lo que hizo posible que, gracias a la divulgación televisiva, se conociera de los violentos “actos de repudio” contra disidentes y opositores.  Fue un espectáculo decadente que alertó al mundo- y no solo a las delegaciones latinoamericanas presentes- del hipócrita doble discurso de la dictadura cubana: elogios a Obama por un lado, y guerra abierta a quienes cuestionaran el régimen represivo de partido único que La Habana esgrime supuestamente para defenderse del “bloqueo”, como la propaganda enarbola la larga batalla contra el embargo.
A veces sí, otras no
En Panamá quedó claro que lo nuevo de la política castrista se resumía en una frase: “En algunas cosas podemos ceder; en otras no”.
De todas formas, el discurso de Raúl Castro ofreció una  disertación de historia que dio pié a una ironía de Obama (obviemos la desafortunada intervención del presidente ecuatoriano Rafael Correa) que la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner no entendió, provocando que dedicara buena parte de su intervención a ensalzar su gusto por la historia y a sermonear sobre la utilidad de aprender de sus lecciones.
La más elocuente referencia histórica de Castro fue la siguiente:
El 6 de abril de 1960 -apenas un año después del triunfo-, el subsecretario de Estado Lester Mallory escribió en un perverso me­morando -y no encuentro otro calificativo que darle. Este memorando fue desclasificado decenas de años después-, cito algunos párrafos:  “(…)  la mayoría de los cubanos apoya a Castro… No hay una oposición política efectiva. El único medio previsible para restarle apoyo interno es a través del desencanto y el desaliento basados en la insatisfacción y las penurias económicas (…), debilitar la vida económica (…) y privar a Cuba de dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno.
Cuando llegué a Miami, en 1991,  aquí  se denominaba esa política esbozada en el memorando de Mallory como la estrategia de la “olla de presión”, o sea, como se dice en cubano: “Darle candela al jarro hasta que suelte el fondo”. Eso comenzó a llamarse en Cuba -y también lo reiteraron los diplomáticos de la Isla en la ONU-,  no sin razón, una política genocida.
Lista de desdichas
Como es natural, el General de cuatro estrellas no mencionó en su alocución todas las barbaridades cometidas por su hermano Fidel y por él mismo desde principios de los años sesenta: fusilamientos de militares y opositores; numerosas intromisiones guerrilleras en el continente; guerras africanas que costaron miles de vidas con el propósito de satisfacer el ego del líder máximo bajo el pretexto de ayudar a pueblos de todas partes del mundo; introducción de armas nucleares soviéticas que pusieron en riesgo la supervivencia de la nación y quizás de la humanidad; ofensiva revolucionaria que “nacionalizó” hasta los puestos de frita; la zafra de los Diez Millones que paralizó el país en 1969-70; incontables planes del “Comandante” que fracasaron estrepitosamente; división de las familias cubanas; éxodo masivo de individuos de varias generaciones; opresión generalizada y eliminación de los derechos civiles y políticos de la población; total censura de prensa y supresión de la libertad de expresión; alianza con las peores dictaduras del orbe (Gadafi, Corea del Norte, Bashar al Assad, el rumano Ceaucescu, los líderes estalinistas soviéticos..). Largo recuento porque la lista de desdichas es interminable.
Todo este panorama de desastrosa conducción política y económica del país lo justifica Raúl Castro como legítima defensa ante una política que pretendía derrocar al gobierno  revolucionario. Esto último es cierto: El propósito era el de acabar con el comunismo cubano. Pero se ha hecho evidente que la forma de prevenirlo no era arrasar ellos antes la economía, la infraestructura y los deseos de vivir en Cuba de la mayoría de sus habitantes, como lamentablemente muestran las cifras de una reciente encuesta realizada en la isla. Sin contar que en varias ocasiones el gobierno de La Habana desestimó ofertas de diálogo con Washington, lo que habría evitado muchos desencuentros y penurias.
Este martes, el presidente Obama dio otro paso consistente con su política de acercamiento al vecino conflictivo y certificó la exclusión de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Por cierto, algo similar hizo George W. Bush al excluir de ese listado, primero a la Libia de Gadafi y luego al régimen de Corea del Norte, pero parece que nadie quiere recordarlo.
La decisión cumple también el doble propósito de quitarle motivos a Raúl Castro para el discurso de la confrontación y desenredar el nudo gordiano de la discordia entre Washington y Latinoamérica. Una política hábil para los pasos estratégicos de Estados Unidos en el nuevo escenario de un mundo globalizado e interdependiente.
*Doctor en Ciencias Históricas y ex profesor de Pensamiento Político Latinoamericano de la Facultad de Historia de la Universidad de La Habana. Actualmente reside en Miami.
Fuente: Cafe Fuerte