El año pasado el ministro de economía comunista de Cuba declaró en la Asamblea Nacional que el PIB habría sufrido en 2020 la caída más importante desde los tiempos del período especial, un -12%. Al mismo tiempo, anunció que las estimaciones apuntaban a una recuperación, “efecto rebote” de la economía en 2021, que podría dar lugar a un nuevo escenario para el inicio de la recuperación.
Pues bien, ya estamos en 2021 y de momento, esa mejoría económica ni está ni se espera. El comienzo del año, condicionado por la aplicación de las medidas de la Tarea Ordenamiento, ha sido cualquier cosa, menos pacífico.
Mientras la pandemia avanza fuera de control, con la tercera ola de contagios provocando secuelas importantes en la población, las actividades productivas no ofrecen signos de recuperación. De modo que lo correcto, a estas alturas de año, es olvidar el tono triunfal del ministro Gil en la Asamblea Nacional, y rebajar cuanto antes las expectativas de un rebote del crecimiento en el entorno del 6-7% para este año 2021.
El análisis de las tendencias, considerando la falta de datos estadísticos oficiales para el análisis de la coyuntura, lleva a la necesidad de corregir el entusiasmo ministerial y actualizar a la baja sus previsiones económicas, de modo que será difícil que antes del verano la economía cubana comience su ansiado proceso de recuperación. Serán dos trimestres consecutivos de cifras negativas, lo que plantea no pocas dudas sobre la capacidad de las autoridades para resistir en este escenario.
A falta de proyecciones económicas oficiales, porque las autoridades todavía no han ofrecido información de cierre de 2020, parece que tras un segundo y tercer trimestre especialmente graves (con descensos del PIB superiores al 24%) el último trimestre no ha debido de mostrar signo positivo, situando la caída para el conjunto del año en ese -12% al que se hacía referencia anteriormente, que podría ser incluso superior.
Partiendo de ese derrumbe de la economía, el comienzo de 2021 mantiene las mismas tendencias, eso sí, con el efecto agravado de la inflación descontrolada, la reducción de capacidad adquisitiva y el descontrol monetario y fiscal, con su presión sobre el tipo de cambio del peso, tras la unificación monetaria. A ello hay que añadir la insolvencia empresarial como resultado de la devaluación y los aumentos de costes.
No existe indicador alguno favorable del turismo, comercio exterior, las inversiones extranjeras e, incluso, de las remesas, que han experimentado un menor crecimiento desde noviembre del pasado año. El resultado es que los primeros meses de 2021 están siendo muy negativos y la economía cubana se adentra de forma previsible, de nuevo, en el terreno de los descensos del PIB durante el primer trimestre de 2021. La caída puede ser incluso superior al 5%, remontar esa tendencia antes del verano, parece imposible.
De este análisis cabe concluir que el estímulo, “rebote” anunciado por el ministro solo podrá llegar después del verano, a partir del tercer trimestre, y ello nunca permitirá alcanzar ese crecimiento para el conjunto del año de un 6-7% que anticipó de manera alegre el ministro de economía ante la Asamblea. Conforme el mercado laboral se deteriore, de lo que empiezan a producirse síntomas, y las empresas insolventes dejen de fabricar sus productos y prestar sus servicios, la tensión de la oferta irá en aumento y con ello, el malestar social.
Hay que asumir, en estas condiciones, que la economía cubana experimentará un considerable retraso en la reactivación del crecimiento y quedará rezagada en la salida de la crisis. Sin financiación internacional, que se encuentra interrumpida por la suspensión de pagos de la deuda exterior por el régimen, la economía no se podrá endeudar para atender sus pagos, de modo que el círculo vicioso de la escasez de divisas tenderá a agravarse conforme avance el ejercicio sin que soluciones parciales con la venta en tiendas en MLC sirvan de algo. A la vista de este escenario, alcanzar crecimientos del entorno del 6-7% como planteó el ministro, parece imposible, carece de justificación, y todo ello debería obligar a las autoridades a revisar las políticas públicas. Revisar el plan para ajustarlo a la realidad.
¿Por qué será imposible para la economía cubana mejorar el ritmo de crecimiento económico en 2021?
Básicamente por dos motivos.
En primer lugar, el turismo condicionará notablemente los resultados. Desde el inicio de la pandemia, el régimen ha intentado atraer viajeros procedentes de sus principales mercados, pero el turismo mundial sigue embalsamado, a la espera de tiempos mejores. Y dado que en Cuba la demanda nacional es insuficiente, el sector se encuentra paralizado y no genera negocio. La pérdida de divisas por ingresos del turismo se estima en 4.000 millones de dólares año.
Si los protocolos de seguridad sanitaria con relación a los viajes no funcionan, en términos de seguridad a los visitantes, el turismo estival, aun cuando no es la temporada alta para Cuba, tampoco remontará las cifras. En todo caso, siendo realistas, la recuperación del turismo no llegará plenamente hasta 2022.
En segundo lugar, el gasto del Gobierno en ayudas a empresas será insuficiente para recuperar la actividad económica. De hecho, no se ha implementado, como en otros países, un plan de ayudas directas a empresas para ayudar a las viables a sobrevivir. La Estrategia económica y social no incluye este tipo de medidas e incluso, la Tarea Ordenamiento actúa de forma negativa sobre las empresas que posiblemente serán insolventes, tras los efectos de la devaluación y los aumentos de costes laborales sin contrapartida de productividad.
Los márgenes de política fiscal del régimen para ayudar a sus empresas son limitados, entran en conflicto con la nueva filosofía de reducir subsidios y gratuidades a los productores, y el hecho de que el déficit alcance el 20% del PIB impide dedicar recursos a las urgentes y necesarias políticas de apoyo a las empresas. La decisión de elevar el salario en este momento es la torpeza más grande de todas, y su aplicación va a generar problemas de costes, de desempleo e insolvencia a muchas actividades, no solo privadas, sino también, estatales.
Entonces, surge la siguiente pregunta, ¿qué hacer?
Con el déficit en el 20% del PIB y el endeudamiento cerca del 30%, los márgenes de actuación son escasos porque como recomiendan los organismos internacionales, toca adelantar los procesos de reducción de esos déficits que generan problemas inflacionistas y, sobre todo, presiones sobre el tipo de cambio. El Gobierno ha anunciado su intención de emitir deuda pública, si bien hasta la fecha nada se ha sabido de los planes concretos. Más endeudamiento no es la solución. Es justo lo contrario que se tiene que hacer.
Los problemas de liquidez que sufren las empresas estatales y los trabajadores por cuenta propia que todavía sobreviven a la crisis, lleva consigo el efecto de acabar creando problemas de solvencia, que el sistema bancario cubano, excesivamente dependiente del estado, no podrá afrontar. De ese modo, se cierne sobre el sistema productivo una espada de Damocles que tiene capacidad notable para destruir empresas y puestos de trabajo a una escala sin precedentes. De manera especial en los eslabones más frágiles de la cadena, integrados por pequeñas y medianas empresas.
Hasta la fecha, el régimen no ha realizado estimación alguna sobre las necesidades financieras de las empresas estatales y los trabajadores por cuenta propia para superar la actual crisis, y es probable que este tipo de medidas ni siquiera forme parte de la agenda del Gobierno. No se trata de regresar a los subsidios al productor, sino de otorgar ayudas a las empresas que se enfrentan a un desplome de la demanda que durará más de un año y medio. Cierto que en la mentalidad social comunista del régimen cubano no entra conceder ayudas directas a las empresas y pequeños emprendedores, pero no hay alternativa. Sectores como el comercio y la hostelería, lo necesitan y de forma urgente.
Solo si se abren instrumentos de ayudas a las empresas se podría garantizar la recuperación de la actividad económica cuando las señales empiecen a dar motivos de esperanza. Muchas empresas y pequeños negocios llevan meses con la actividad paralizada o gravemente restringida por las medidas de contención de la pandemia. El Gobierno cubano no puede pasar ni un solo mes sin atender las necesidades del tejido productivo, porque de no hacerlo, las consecuencias serán mucho peores dentro de seis meses. Habría que averiguar por qué el régimen se niega a poner en marcha estas ayudas que podrían dar alivio a muchas empresas que han conseguido sobrevivir hasta ahora, pero se encuentran ante un futuro inmediato en el que las restricciones dificultan la vuelta a la actividad. La única explicación es que prioriza otros programas de gasto corriente, en muchos casos superfluos, y de escasa capacidad para recuperar la economía. En suma, el tipo de gastos que hay que reducir.
El sistema bancario cubano no está preparado para actuar, ayudando al tejido empresarial a salvar los trastos en este escenario crítico. Por eso, todas las miradas se sitúan en el Gobierno, que es el único con capacidad para aliviar la carga de las empresas. De momento, nada se sabe de las intenciones del régimen en esta materia, y por ello, ni se habla de inyecciones en el capital de las empresas ni tampoco de ayudas a la reestructuración de las deudas. Pero algo tendrá que hacer porque el sector bancario cubano, con sus limitaciones estructurales, no podrá afrontar la crisis en solitario. A diferencia de otros países, el Gobierno cubano no solo tiene la responsabilidad de encontrar una solución al problema y evitar más retrasos, sino de asumir el papel que en este proceso corresponde a un sector financiero que, por responsabilidad del propio gobierno, carece de capacidad y pulso para reconducir la situación, como ocurre en el resto de países.
Fuente: CiberCuba